Casi sin darte cuenta.

Casi sin darte cuenta ha sucedido. El peor día de tu vida, en el que creíste morir cuando unas palabras dichas sin tacto alguno te hicieron como cuchillas en las entrañas, forma un poco más parte del pasado.
Esos recuerdos que vienen como granadas inesperadas de esos momentos que jamás volveréis a vivir juntos y todo lo que hacíais juntos que sabes que jamás volverás a hacer porque te recuerdan demasiado a él.
Ese dolor de un herida abierta, que sangra a raudales, y que solo puedes taponar con apósitos que enseguida se empapan y hacen que la sangre brote de nuevo a mares junto con tus lagrimas, que descansan hasta evaporarse en tu almohada, de noche, mientras das vueltas en la cama sin poder dormir. Ese dolor que no te deja comer y hace que pierdas peso de una forma alarmante.
Todo esto pasará sin darte cuenta. Un día te despertarás con ganas de hacer algo nuevo y no con un vacío desolador en tu pecho. Ese día te darás cuenta de que la herida está en carne viva todavía pero ya no sale sangre a mares, que es solo un goteo continuo que necesita una nueva venda, que tus ganas de seguir adelante la curarán del todo.
Tendrás días mejores y días peores, pero otro día te levantarás con más ganas para ir a trabajar, te obligarás a comer porque has visto tus muñecas y parecen tan frágiles que dan grimilla y tus pómulos están tan marcados que puedes percibir cómo es el hueso. Y te obligarás a sonreír porque era algo que hacías y ya llevas un tiempo sin hacer.
Te apoyarás en personas a las que quieres y te quieren, dedicarás tiempo para ti misma, siendo egoísta y pensando solo en ti. Solo en tu recuperación. Y de repente caerás en la cuenta, ya no necesitarás cambiarte el apósito de la herida con tanta frecuencia. Será una herida casi cerrada, todavía muy roja y muy tierna, que puede reabrirse si no tienes cuidado. Volverás a curarla y te pondrás un tirita.
Los días siguen pasando y te das cuenta de que le echas de menos, pero no tanto como al principio. Y te alegras.
Vuelves a encauzar tu vida, vuelves a escuchar música y a cantar en el coche como si fueras un cantante participando en un concurso de televisión. Vuelves a reír, a reír a carcajadas como antes. Carcajadas cortas y escasas pero por algo se empieza a volver a ser tú.
Tienes bajones pero te vuelves a sobreponer porque eres fuerte y sabes que tú puedes con eso y con mucho más, que todavía no sabes hasta donde llegan tus límites, que te habías infravalorado y vuelves a salir a la superficie del lago de agua fría en el que te habías hundido.
Un día más, y otro, y otro, y otro más. Que el primero sin él fue el más difícil pero los que le siguieron fueron un poquito mejor, y detrás del uno va el dos, poco a poco y de forma constante llegará el día en que por fin te despiertes y aunque pienses en él, ya no te duele nada, que mires la herida cubierta por la tirita y encuentras una cicatriz en su lugar. Y buscarás la tirita y la encontrarás enredada entre las sábanas, que ha caído sin darte cuenta porque la herida está sanada y solo te queda seguir caminando, siendo feliz y mostrando con orgullo el aprendizaje de esa cicatriz.



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