Amigos y charlas terapéuticas.
Todos estamos bien pero, ¡ay!, hay tanto que podría ir mejor. Tenemos veintitantos ya, porque el tiempo pasa muy deprisa y por mucho que nos lo decían nosotros no nos lo creíamos. Hasta que un día nos levantamos y nos dimos cuenta de que éramos, ¿como lo llaman? Ah, sí, adultos. Quedamos, nos sentamos al rededor de una mesa de un bar cualquiera, y nos decimos que necesitamos una cerveza, como si fuera la pócima mágica para todas nuestras desventuras. Porque hay que olvidar que esta semana la vida nos ha pasado por encima, otra vez. No sabemos muy bien cual es el objetivo de esas largas conversaciones que nos dejamos las cuerdas vocales para ver quien ha sido el más desgraciado, y es que una vez que empiezan nuestros discursos no hay quien nos pare. Yo creo que todos buscamos desahogarnos, captar un poco de atención y de ese cariñito que solo te dan los amigos cuando te ponen una mano en el hombro y te dicen que te entienden, que todo va a ir a mejor, que te des tiempo, o que van