Va a ser verdad.

Va a ser cierto aquello de que el tiempo ayuda a olvidar y de que pasa a toda prisa.

Que aunque no te guste esperar, y en ocasiones lo mejor es lanzarse a la piscina lo más rápido que puedas, a veces hay que aprender a esperar. A no pensar tanto. A armarte con toda la paciencia de la que seas capaz. Porque hay cosas que llegan con la primera marcha puesta y a 20 por hora.

Pero llegar, llegan.

Va a ser verdad que hay heridas que nunca terminan de cicatrizar porque te empeñas en acariciarlas cuando nadie mira. Aunque sea de tanto en tanto. Aunque sea solo un poco. Aunque haya pasado media vida. Cuando las reabres sin querer, cuando no le das tregua para olvidar o cuando les soplas en un vano intento de que dejen de escocer.

Que hay recuerdos que irritan, pican y se infectan. Pero también hay memorias difíciles de silenciar. Las que no ocupan espacio pero llenan cualquier vacío. Esas que vale la pena revivir. Mil y una veces. Y puede que alguna más. Y que son esas, precisamente, las que mereces guardar. Como oro en paño.

Y es verdad que hay tormentas que asustan y que el miedo puede ser inevitable. E irracional. Que te podrán dar mil consejos para vencerlo, ponerte la capa de superhéroe y aun así salir perdiendo. Pero nadie dijo que fuera fácil. Que hay cosas que requieren su tiempo. Su punto. O un valiente salto al vacío.

Que habrá momentos para subir la intensidad de las fotografías, el volumen de la música o los ánimos que anden por los suelos. Que tendrás que convivir con los tonos grises, con demasiadas fases y con más de un altibajo. Que no siempre será el mejor momento, y que a veces nunca lo es. Y que tendrás que encontrarlo. Esperarlo. O aprender a crearlo.

Que tendrás que coger aire en más de una ocasión. Que te quedarás sin él en otras tantas. Que el impulso no siempre será suficiente y que el equilibrio es harto difícil. Que te pasarás, no llegarás o abandonarás en medio de la nada. Que habrá cosas inevitables, sí, pero muchas otras que no te pillarán por sorpresa.

Y que en algún momento, dejarás de tropezarte con la misma piedra.

Es cierto que pocas cosas son lineales y hay túneles que no parecen tener salida ni luz. Que las curvas te pueden marear y dejar con muy mal sabor a boca. Que habrá cosas que se te escapen por completo. Pero, sea como sea, siempre hay algo bueno en medio del más absoluto caos.

Pero hay que saber verlo. Y dónde buscar.

Que puedes temer perder a quienes hoy son tu colchón cuando caes, tu acorde para bailar, tus fuegos artificiales cuando algo bueno te pasa. Que se colará algún disgusto por medio, seguro. Que algunos se quedarán por el camino, por voluntad propia o no. Y que otros serán demasiado fugaces para tu gusto. Pero que será una suerte haberlos conocido a todos.

Y una suerte quienes sigan contigo tras el peor de los terremotos.

Es cierto que puedes ser mil cosas a lo largo de tu vida. Que puedes ser diferentes personas, diferentes historias y protagonizar cientos de papeles. Pero que al final, la esencia no se pierde. O no debería. Que puedes perder muchas cosas a lo largo de los años, mientras no te pierdas a ti por el camino.

Mientras no te dejes a medias.

Siempre que sigas siendo tú. Con tus más, tus menos y tus infinitos. Para seguir creando recuerdos, soplando heridas y arrepentirte lo menos posible. Para gritar en las bajadas, reír en las subidas y aplaudir siempre que puedas. Para dejar en mínimos tus preocupaciones y sentir que tienes mucho por lo que dar las gracias. Y darlas.

Va a ser verdad que querer empieza por uno mismo, y que, de ahí, a lo demás. Que ni todos te querrán igual, ni todos te sabrán querer. Pero habrá personas que te quieran por encima de todo, o de manera especial.

Y que también los hay que no dejarán de quererte nunca.

Va a ser verdad que vivir es de valientes, como dicen. Y nadie dijo que no puedas serlo.


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