Sin palabras.

Hace días que no piso estas líneas porque mis manos habían perdido la capacidad de perderse por aquí. A mi corazón se lo había llevado la nostalgia a dar una vuelta por aquellas fechas que, por alguna razón, habían tenido suficiente fuerza para atravesarlo.
Y es que desde que te fuiste, se me fueron un poco las ganas.
Las ganas de escribir tan profundo y desde mí, que temblara en mis ojos tu recuerdo. Las ganas de que tu risa me acariciara el alma desgarrándola al escucharla. Y así, o por eso, le puse un parche al reloj y fui escribiendo historias ajenas en las que en ninguna aparecieras tú.
Porque abuelita, te echo tanto de menos que me escuece el corazón cada vez que no encuentro palabras. Palabras para hablar de tu recuerdo en vez de contigo. Palabras para resucitar tu sonrisa, esa manera tuya de mirarme y aquellas lágrimas con las que me recodabas lo mucho que me querías.
Pero, ¿sabes qué abuela? Hace tiempo que tengo algo que contarte. 
Aquello que aún no había sucedido del todo pero que, sin embargo, estaba a punto de dejarme del revés. Y no veas si lo hizo.
Y es que él es mis alas. Es el soplo de aire freso con el que ventilo mi vida cuando me ahogo. Es mis manos cuando necesito ponerlas por delante al caer. Es mis pies cuando me falla el equilibrio. Por eso no sabría si decirte que lo es todo, pero sí una pieza imprescindible para que parte de ese todo encaje con una vida en la que él me ha enseñado a encajar.
Y ahora la acepto, la agradezco y la disfruto.
Y cuando no la entiendo, me fundo en sus abrazos para reconciliarme con ella. 
Porque Raúl tiene ese poder. El que me sienta permanentemente afortunada. 
Y es por lo que no creo en el amor sin condiciones por lo que lo nuestro día a día es una reconquista continua. Una tierna seducción que se confunde con la pasión con la que se le da un beso a la persona a la que admiras.
Y con cada piedra que nos encontramos, construimos nuestro camino y vamos convirtiéndonos en un equipo invencible que, aunque no lo es, al menos así se siente.
Porque cada uno es del otro lo que al primero al falta y, con esa paciencia que él me ha enseñado a tener, descubro que la suerte no es de quien la tiene, sino de quien no se cansa de buscarla.
Porque tenemos fe. En lo que somos y en hacia donde vamos.
Por eso, y aunque no tuve tiempo para contártelo, estoy segura de que una de esas últimas sonrisas que me viste fueron reflejo de la que llevaba pintada de punta a punta en el corazón. Él causa y consecuencia y tú, abuela, la primera herida a la que nunca podré quitarle la tirita.
Porque es muy difícil entender que ya no estas. Que te has ido. 
Que nunca, nunca, nunca.. voy a poder volver a acariciarte.
Que tengo tu voz en mi grabadora, tu imagen repartida por una habitación llena de recuerdos y tu olor en aquel último frasco que dejaste para que, al destaparlo, pudiera volver a recuperarlo en mi memoria.
Como si estuvieras de nuevo a mi lado.
Como si pudiera acercarme a ti para despedirme otra vez y, como siempre, decirte ¨te quiero abuela¨, 
y tú contestarme.. ¨yo también¨.


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